Querida María Francisca de las Llagas,

No encuentro palabras suficientes para expresar mi profunda gratitud por todo lo que has hecho por mí. Hoy, con el corazón lleno de agradecimiento, quiero compartir nuestra historia.

Me llamo Soraya Quispe, soy docente de E.C.A. e instructora de danza y bastoneras en la Unidad Educativa Particular “Francisca de las Llagas”. Desde hace 16 años, laboro con mucho cariño en esta institución.

Todo comenzó un viernes 14 de diciembre de 2018. Recuerdo ese día claramente, cuando empezamos a ensayar para el Festival Intercolegial. Éramos un grupo de bailarines apasionados y muy dedicados, cuando, de repente, sentí un dolor intenso y persistente en la espalda y en las piernas. La falta de fuerza me hizo caer al suelo, y al intentar levantarme, perdí toda sensibilidad en mis piernas. Un miedo inexplicable me paralizó, no podía sentir el tacto ni la presión en mis piernas, y el temor invadió mi ser.

Inmediatamente fui trasladada al hospital del IESS, donde ingresé por emergencia. Comenzaron a realizarme diversos exámenes, y la resonancia magnética reveló que tenía una hernia discal que presionaba los nervios cercanos y me impedía caminar.

De un momento a otro, mi vida cambió por completo. Lo que antes era normal para mí, como caminar y moverme, ahora se convirtió en un reto imposible. Empecé tratamientos con ozono, piquetes en la espalda, y visité a un médico tras otro. El dolor era tan insoportable que me llevaba a buscar alivio en medicamentos como el tramadol.

Finalmente, la junta médica determinó que la operación era inevitable. No sabía si sentirme feliz o triste. Aún recuerdo la mirada seria del doctor, quien me dijo que la operación era riesgosa, que la recuperación sería larga, y que debía utilizar silla de ruedas. Lo peor, en mi mente, era la posibilidad de que se pudiera dañar algún nervio durante la intervención, y no sabía qué esperar.

El día de la operación llegó. En mi casa, vi a mis padres sufrir, pero ellos siempre me sonreían como si todo estuviera bien. Mis padres, mis viejitos incansables, no dejaban de orar y cuidarme. Hablaron con la Hermana Ligia Gordillo, rectora de la institución en ese entonces, quien los recibió con una calidez humana ejemplar. Ella, preocupada por mi situación, les brindó apoyo y les orientó en los pasos a seguir. Mis padres regresaron a casa llenos de fe, y me tocaba presentarme en el colegio para poner todo en orden.

Al día siguiente, ingresé al colegio, pero ya no como antes. El dolor en mis piernas me impedía caminar con normalidad. Mi corazón se sentía pequeño, como si todo lo que amaba —mis estudiantes, la danza, mi mundo— ya no estuviera a mi alcance. Pero justo frente a mí, como un rayo de esperanza, estaba nuestra hermana María Francisca de las Llagas. Cerré los ojos, y desde lo más profundo de mi corazón, le pedí su ayuda. En ese momento, la Hermana Ligia Gordillo llegó a mi lado con palabras de aliento, llena de fe, y me dijo que celebraría una misa, pidiendo a nuestra madre como intercesora para mi sanación. Salí de allí con una paz renovada.

Esa misma tarde, mi esposo me sugirió que fuéramos a ver a un homeópata en Pintag, un doctor recomendado por un compañero suyo. Fuimos a visitar al Dr. Bonilla, y contar esa experiencia sigue siendo doloroso. El doctor conoció mi historia clínica y, tras examinarme, alineó mis vértebras, lo que me causó un dolor intenso. Me sentía mareada, con dificultades para respirar, y, en lo más profundo de mi ser, sentía que ya nada tenía sentido. Después de unas horas de tratamiento, me pusieron un suero, y al despertar, el doctor me dijo: “Ya puedes caminar, nos vemos en la próxima cita”. No lo creía, pero era verdad. De repente, ya no me dolía dar un paso. Caminé, y seguí caminando, como si un milagro hubiera ocurrido. Decidí cancelar la operación en el IESS, bajo mi propia responsabilidad.

El lunes siguiente, regresé al colegio, llena de alegría, y quiero agradecer infinitamente a nuestra madre María Francisca de las Llagas. Desde aquel día, todos los días que entro al colegio lo hago con la misma fuerza e ilusión con la que le pedí su ayuda, y desde entonces ella se convirtió en mi guardiana. Hoy, quiero compartir con el mundo que nuestra madre es una intercesora de grandes milagros, y tengo la gracia y la dicha de haber sido elegida por ella para testificar su bondad como intermediaria para quienes le tenemos fe.

Que este testimonio de fe y gratitud que hoy te ofrezco, sea un faro de esperanza, que inspire a que nunca se apague la luz de la fe en nuestros estudiantes, en sus familias, en nuestra comunidad y en todo el mundo y sea un signo de la presencia divina en cada uno de nosotros.

 

Con gratitud eterna,

Soraya Quispe